El reto de una democracia atractiva para la juventud.

¿Cómo hacer para que la juventud tenga interés y participe de lo político?

Nuevos datos confirman la desconexión, otra amenaza para el sistema democrático.

La democracia ya no vibra en sus teléfonos. No aparece en su feed, no emociona, no se comparte. Para muchos jóvenes, se ha convertido en una notificación silenciada, un mensaje sin respuesta, una aplicación antigua que nadie actualiza. Mientras el Congreso debate reformas que pocos entienden y los partidos discuten en clave del siglo pasado, millones de jóvenes deslizan el dedo sobre sus pantallas. Así, ignoran lo que ocurre en las instituciones que deciden su futuro. ¿Por qué? Porque la democracia, para ellos, no tiene likes, no tiene ritmo, no tiene sentido.

La desconexión entre juventud y política no es un síntoma pasajero. Es el signo más alarmante de una crisis profunda que amenaza con vaciar de contenido los sistemas democráticos. No es intuición generacional: lo confirman los datos.

Indicadores inquietantes

Un reciente estudio realizado en siete países europeos con una muestra de más de 6.700 jóvenes entre 16 y 26 años, reveló un hallazgo inquietante: uno de cada cinco jóvenes europeos cree que, en determinadas circunstancias, una forma de gobierno autoritaria puede ser preferible a una democrática.

El malestar no se detiene ahí. En cuanto a la satisfacción con el funcionamiento del sistema democrático,  en qué medida se sienten los jóvenes  representados por sus parlamentos, casi 4 de cada 10 respondió que poco o nada representado. El divorcio de la juventud con la política se expresa en el desinterés por las elecciones.

Política anticuada

¿Qué sucede? La respuesta no es simple, pero sí urgente.

La democracia ya no es solo un régimen electoral, sino una cultura política que exige respuestas constantes. Y cuando no las hay, aparece el desencanto. En ese contexto, los jóvenes no están rechazando la política en sí, sino el tipo de política que no les deja espacio para actuar, ni para sentirse parte. La política funciona como en el siglo XX, y ellos ya habitan el siglo XXI.

Además, muchos jóvenes perciben que la política no es un terreno abierto, sino un club exclusivo de privilegiados. Un juego cerrado entre élites que se reparten el poder, intercambian favores y se protegen entre sí, sin importar el color del partido. La sensación es que las decisiones no se toman en el Congreso ni en las urnas, sino en reuniones privadas donde se pactan alianzas que garantizan que nada cambie en el fondo. Esta visión alimenta una convicción peligrosa: que la política no es el lugar donde se construyen los sueños colectivos, sino donde se perpetúan los intereses de unos pocos.

Actuar para buscar el cambio

Pero si bien la política institucional ha fallado, los jóvenes también deben asumir un desafío propio: vencer la superficialidad. No basta con leer titulares, compartir indignaciones o ironizar en redes sociales. Hoy más que nunca, es urgente pasar del consumo pasivo a la acción crítica; del meme al argumento; de la reacción a la transformación. No desde un discurso rebelde y destructor, sino desde una visión creativa, constructiva y realista de lo que puede y debe cambiar. La democracia necesita una ciudadanía activa, pero también lúcida. Y también necesita una juventud con capacidad de defender la democracia en todos sus espacios

No es casual que los autoritarismos estén demostrando mayor eficacia para captar la atención y adhesión de parte de la juventud. Lo hacen apelando a una combinación seductora: promesas de orden frente al caos, velocidad frente a la burocracia, seguridad frente a la ambigüedad. En un mundo donde la ansiedad y la desconfianza crecen, los discursos autoritarios ofrecen una narrativa simple, binaria, y emocionalmente potente. Mientras la democracia se explica en matices, el autoritarismo ofrece certezas. Mientras la participación democrática exige tiempo, debate y compromiso, los líderes autoritarios se presentan como “solucionadores” inmediatos. Y ese relato —aunque peligroso— puede resultar altamente atractivo para una generación impaciente por ver cambios concretos. Los dictadores ofrecen llevarlos a una tierra prometida,  donde todo se resuelve sin contradicciones, donde basta con confiar en el líder para que el mundo, de pronto, funcione.

La democracia, como cualquier sistema vivo, necesita interacción, confianza y sentido de pertenencia. Y cuando pierde eso, no se desgasta, se vuelve invisible. Si la política no ofrece espacios reales de participación, si no responde con velocidad y transparencia, si no abre las puertas a nuevas agendas, entonces los jóvenes seguirán de espaldas al sistema.

No se trata de ponerle filtros a la democracia ni de crear campañas vacías en redes sociales. Se trata de repensar cómo reconectar. Cómo hacer para que vuelva a ser deseable. Cómo lograr que los jóvenes no solo voten, sino que quieran formar parte del sistema que los representa. El reto es: ¿cómo hacer la democracia sexy?

La solución pasa por modernizar las formas sin traicionar el fondo: más participación directa, más transparencia institucional, más acceso a la toma de decisiones, más inclusión en los temas que realmente les importan. La política no puede seguir hablándose a sí misma mientras pierde a quienes deberían heredarla.

Una democracia sin likes no es solo una democracia impopular. Es una democracia en pausa. Y si no actuamos ahora, cuando intentemos reiniciarla, puede que ya no tengamos usuarios conectados.

Pero también es cierto que la democracia no se reinventa sola. Los jóvenes no pueden esperar a que se les entregue todo listo. Deben apropiarse del momento, convertir cada ventana política en una puerta abierta y gigantesca, entrar sin pedir permiso y negarse a ser solo espectadores. No se trata de ingenuidad ni de idealismo vacío, sino de una decisión práctica y urgente: no dejarse vencer por la mediocridad, por los gajes del poder, ni por las reuniones entre privilegiados que buscan que nada cambie. Si hay que renovar la democracia, debe hacerse desde dentro, con la fuerza de quienes todavía creen que transformar no es romper, sino construir mejor.

*Infogranrosario*

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